Viaje a través de unos escritos -8 y 9-
Galdós, el gran escritor canario
Se fueron rápidamente al barco porque, sin sentir, se había hecho la hora de zarpar. Se quedaron con ganas de conocer mejor estas islas maravillosas: sus paisajes, sus ciudades, sus gentes... Solamente sabían de ellas por fotos, postales y los relatos de libros y guías.
Zarparon después de comer, cuando los demás quedaron en una terraza del barco charlando, Sebas bajó a su camarote, que compartía con los otros dos chicos. Tenía ganas de leer a Pérez Galdós, el gran escritor canario, que tan buenos ratos le dio a pasar con sus novelas. “Trafalgar”, leyó en la portada y abrió el libro para adentrarse en aquella terrible batalla naval:
“...Entretanto, Churruca, que era nuestro pensamiento, dirigía la acción con serenidad asombrosa. Comprendiendo que la destreza había de suplir a la fuerza, economizaba los tiros, y lo fiaba todo a la buena puntería, consiguiendo así que cada bala hiciera un estrago positivo en los enemigos. A todo atendía, todo lo disponía, y la metralla y las balas corrían sobre su cabeza, sin que una sola vez se inmutara. Aquel hombre, débil y enfermizo, cuyo hermoso y triste semblante no parecía nacido para arrostrar escenas tan espantosas, nos infundía a todos misterioso ardor, sólo con el rayo de su mirada.
“Pero Dios no quiso que saliera vivo de la terrible porfía. Viendo que no era posible hostilizar a un navío que por la proa molestaba al San Juan impunemente, fue él mismo a apuntar el cañón, y logró desarbolar al contrario.
Volvía al alcázar de popa, cuando una bala de cañón le alcanzó en la pierna derecha, con tal acierto, que casi se la desprendió del modo más doloroso por la parte alta del muslo. Corrimos a sostenerlo, y el héroe cayó en mis brazos.
¡Qué horrible momento! Aún me parece que siento bajo mi mano el violento palpitar de su corazón, que hasta en aquel instante terrible no latía sino por la patria. Su decaimiento físico fue rapidísimo: le vi esforzándose por erguir lacabeza, que se le inclinaba sobre el pecho, le vi tratando de reanimar con una sonrisa su semblante, cubierto ya de mortal palidez, mientras con voz apenas alterada, exclamó: “Esto no es nada. Siga el fuego”.
“...Desde aquel momento la tripulación se achicó: de gigante se convirtió en enano; desapareció el valor, y comprendimos que era imprescindible rendirse.”
Iniciación a la náutica
Pasaban las horas y el Lanzarote seguía su rumbo, adentrándose en el Atlántico, con la proa apuntando al oeste. El señor Tomás se había empeñado en que los jóvenes aprendieran muchas cosas de los barcos, sobre todo lo referente al vocabulario particular de los navegantes. Por eso, cuando los vio aburridos en un rincón de una de las cubiertas, les dijo:
- Vamos a empezar las clases de náutica.
- No sabemos dónde está Sebas – contestó Fede.
- No importa – repuso el señor Tomás –, comenzaremos sin él. Bajaron a la sala de mando, cuyas paredes estaban repletas de láminas y cuadros de buques diversos, cartas de navegación, gráficos y objetos de decoración propios de los buques: un timón, un cuadro con nudos marineros y una escafandra de buzo. Además, en lugar prominente, se veía un cuadro enmarcando una foto antigua de un marino ya anciano.
- Primero, -comenzó el contramaestre- las partes principales de un buque, que son: proa, la delantera; popa, la posterior; estribor, el costado derecho, y babor, el otro costado. ¿Habéis entendido? El señor Tomás explicaba todas estas cosas señalando con un lápiz el gráfico de un navío.
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Para Sebas el tiempo se había detenido. Estaba tan ensimismado con la lectura de la novela que su mente vagaba en medio de la batalla, entre humo, bruma y resplandores de guerra. Seguía leyendo:
“...Un terrible chasquido sonó bajo nuestros pies en lo profundo del sollado de proa, ya enteramente anegado. El alcázar se inclinó violentamente de un lado y fue preciso que nos agarráramos fuertemente a la base de un molinete para no caer al agua. El piso nos faltaba; el último resto del “Rayo” iba a ser tragado por las olas...”
“...Marcial se dejó caer en la cubierta y luego dijo:
- Ya no hay esperanza, Gabrielillo. Ni ellos querrán volver, ni la mar les dejaría si lo intentaran. Puesto que Dios lo quiere, aquí hemos de morir los dos. Por mí nada me importa: soy un viejo y no sirvo para maldita la cosa... Pero tú..., tú eres un niño, y...
...No pudo hablar más. Yo me agarré fuertemente al cuerpo de Mediohombre.
Un violento golpe de mar sacudió la proa del navío y sentí el azote del agua sobre mi espalda. Cerré los ojos y pensé en Dios. En el mismo instante perdí toda sensación y no supe lo que ocurrió.”
“...Volvió, no sé cuándo, a iluminar turbiamente mi espíritu la noción de la vida; sentí un frío intensísimo, y sólo este accidente me dio a conocer la propia existencia, pues ningún recuerdo de lo pasado conservaba mi mente ni podía hacerme cargo de mi nueva situación. Cuando mis ideas se fueron aclarando y se desvanecía el letargo de mis sentidos, me encontré tendido en la playa. Algunos hombres estaban en derredor mío, observándome con interés. Lo primero que oí fue: “¡Pobrecito..., ya vuelve en sí!…Diéronme a beber no sé qué; me llevaron a una casa cercana, y allí, junto al fuego y cuidado por una vieja, recobré la salud, aunque no las fuerzas. Entonces me dijeron que habiendo salido otra balandra a reconocer los restos del “Rayo”, y los de un navío francés que corrió igual suerte, me encontraron junto a Marcial, y pudieron salvarme la vida. Mi compañero de agonía estaba muerto...”
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